lunes, 27 de julio de 2015

La ciudad muerta.



Fragmento: La ciudad muerta.

LOES.

Sueño: La Ciudad Muerta I.

—Estando en un bello jardín, ¡las flores bellas!, ¡pero estáticas como piedras! Frente a mis ojos un gran pozo; camino y me acerco a sus bordes de piedra: Al inclinarme, ¡esperando el agua; veo la más profunda oscuridad! Tomó sin miedo unas gradas que me conducen a su interior: 

Las paredes de este están frescas y ligosas, ¡y su frescor a cada paso se convierte en putrefacción! Ya en el fondo: nada es lo que imaginaba: ¡Grandes caminos de piedra caliza!, me conduje por el principal de estos; y a pocos metros la tuve frente a mí: ¡La gran ciudad se erguía imponente al margen del horizonte de llamas ardientes!

Estaba está construida de piedras monolíticas, ¡definitivamente estos portales no tenían comparación con ninguno actualmente conocido!
Y ya frente a su gigantesca puerta, ¡no pude más que sentirme un pigmeo insignificante!

¡De esta emanaba una maldad insoportable!, ¡sentí mis manos romperse al tocar sus maderos rojizos y secos! ¡Mas fue mi asombro!: cuanto al abrirse: ¡pude ver ante mis ojos los maravillosos edificios!: Torres negras se levantaban sobre las altas casas: las cuales no tenían comparación con las de nuestro mundo concebidas.

Camine ansioso por aquellas calles de piedra, abrí toda puerta y toda ventana; mas la vida hacía ya tiempo había huido de aquel lugar. 

Al cabo de un tiempo me dirigí a una de aquellas torres: Estaban estas elaboradas de bello mármol negro, su altura era tal; que dolía mi cuello al tratar de divisar su máxima altura. 

Tras ellas, y en ese justo momento, se alzaba una gran esfera de lava; que no era otra cosa; ¡si no el sol de aquella profundidad!, este excitaba con su radiación las brillantes cúpulas de las torres, maravillando al ojo con exquisitos espectáculos.

Vi entonces la entrada a una de estas, ¡mas puerta no había!, solo un agujero en la pared. ¡Entre sin pausa y sin dudas! 

Ya en su interior, vi como del suelo parecían salir gases delgados y fantasmales. Y unas gradas de caracol subían Interminables hasta la cima de la torre, y así me encamine por ellas con un alma de insaciable curiosidad. 

Ya en la mitad del camino: ¡sentí como planchas de caliente acero en cada escalón!, ¡como zarzas en cada titubeante paso! ¡Lo cierto es que al final mis muslos estuvieron a punto de estallar! 

Y cuando por fin llegue a la cima: Una habitación de altas repisas, de pipetas con extrañas sustancias, ¡y allí! en el centro de la instancia; un libro que parecía girar sus páginas, tal y como si el solo se escribiese. Violentamente se cerró, y de su portada yo leí: El tratado de los no mundos.

Inmediatamente una extraña fuerza me empujó, lo que me hizo caer de la habitación; y sin yo quererlo me vi cayendo al lejano suelo, ¡mi fin era inevitable!, ¡mi corazón latía fuerte!, ¡mi cerebro entregado a la resignación! Lo que hizo cerrar mis ojos, ¡y al abrirlos! a la horilla de aquel pozo me encontraba, y las flores rozaban mis pies descalzos.


¡Abrí los ojos violentamente!, Me detuve a pensar sobre aquel sueño maravilloso, traté de cerrar los ojos y así volver a dormir. Mas al hacer esto: ¡aquellas terribles e imponentes torres se dibujaban en mis parpados, ¡y extasiado de placer dormí contemplándolas!

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