lunes, 27 de julio de 2015

Cain y la nada.



Fragmento: Cain y la nada.

Cain y la nada.

— Siguen su camino en descenso: tomaron un caminillo particularmente tétrico, a cada paso parecía atenuarse la luz de los insectos; hasta el punto de dejar todo a oscuras. Semreh divisa una luz fatua en un rinconcillo: desvía sus pasos hacia ella y dice a Sofía.

Semreh: ¡Mira! Allá a la distancia se ve una lucecilla; ven: ¡quiero ver de qué se trata!

— Al ya estar cerca del lugar: ven por fin de que se trataba aquello, era sin lugar a dudas un antiguo pergamino, escrito en antiguos caracteres parecía de imposible lectura.

Semreh: ¿Qué crees que sea? Se ve de lo más antiguo e intrigante, fíjate bien; no existe lengua alguna con la cual pueda compararlo.

— Así Sofía quedo un instante en blanco; miro en todo el contorno de las paredes rocosas, ¡vio a Semreh! ¡Vio el manuscrito!

Sofía: Fijaos bien, el papiro es en sí una especie de piel: mira como en el parecen haber conductos o venas: mira como al acercar mi mano, este parece reaccionar a ella.

— Acerco entonces Sofía su mano al viejo y resquebrajado papiro; al hacerlo sintió un extraño y mezquino calor: esta era sin duda la base para algún mágico ritual.

Sofía: Mira lo que he observado en las paredes: ¡vez allá el rostro atormentado!, ¡vez allá la faz sonriente!, ¡mira con atención el grabado de la luna!

— Observa Semreh los lugares señalados por Sofía: El rostro sonriente parecen ser los rasgos de un silencioso anciano. el rostro atormentado; el de un joven caballero. La luna bella y cautivadora ilumina con luz propia.

Semreh: ¿De dónde proviene dicha luz?

— Lo observa nuevamente Sofía con su típica mirada de intelecto.
Sofía: ¿No te has percatado cierto?

— Confuso pregunta Semreh.

Semreh: ¿de qué he de percatarme?

Sofía: Cuando coloque mi mano cerca del pergamino la luna ha comenzado a iluminarse, pero si te fijas bien, no es una luna completa, aún le falta para estar llena. ¡Ahora también me he fijado que algo ha sido tomado de mí! Al acercar mi mano al pergamino me ha sido arrebatado algo de sangre.

— Toma ágilmente Sofía la mano de Semreh, la sujeta con fuerza y toma del techo rocoso una delgada y filuda estalactita, con la cual da un certero y fiero corte a la palma de Semreh.

— Así acerco pues la mano sangrante al papiro, hasta el punto de embeberlo por completo de la sangre de su amigo. Corto de igual forma sus propias manos mezclando ambas sangres sobre el antiguo objeto.

— Al Hacerlo la luna evoluciono lentamente, paso de su típica forma de gajo a un bello cuarto creciente, una media luna, y por fin ya después de unos instantes a la mágica luna llena.

— Y como si aquello fuera magia, las palabras en el papiro fueron del más claro y natural idioma de los actores de este ritual.

— No quedo ninguna duda para ambos, que el papiro mismo era un ser vivo, al parecer podía traducirse a cualquier idioma, lo único que necesitaba era la sangre fresca de sus lectores para tal efecto.

Sofía: ¡Lo hemos logrado! ¡Está traducido!

— Tras ojos excitados Semreh afirmo con la cabeza y comenzó la lectura de aquel antiguo y misterioso documento.

Caín y la nada.

— En un paraje desolado de este mundo: en un rincón olvidado, en la montaña más helada, en la más sublime altura. Allí se encuentra un anciano sentado bajo los sublimes rayos lunares: por compañero la soledad del viento, por amante; la noche perpetúa.

— Acercándose a la distancia; el silbido maligno; ¡la hermana lechuza ha salido a cazar!: ha venido de lo más alto, ha descendido a la montaña de la tierra.

— Aquel paraje siempre ha sido el preferido del anciano Caín: ya que dice ha de sentirse a gusto entre los árboles secos y pequeños, en la atmosfera fría, en la sublime tristeza de esta naturaleza muerta. Así lo encuentra la Hermana de la noche: atraída en un principio por la curiosidad.

Caín: ¡Sera posible! Viene a mí la dama nocturna: ¡viene a mí el depredador!
La Lechuza: si en algún momento esto ha significado algo; en la mente de los hombres ya no soy más que un lejano recuerdo, una simple razón para temer a la oscuridad.

Caín: ¡sí! He de recordar el tiempo en donde se tomaba en cuenta los susurros de las sombras. He pues de remontarme muy lejos; a la propia cuna de lo llaman civilización.

— (Así Caín comienza una historia)

Mesopotamia: ciudad de Uruk.

Me hube ya por varios siglos recorriendo la bastedad del desierto: en si no es que considere que del todo uno ha de perderse en la soledad para poder encontrarse, pero en las ciudades el ruido es demasiado alto como para prestar atención a los susurros más profundos del ser.

Así me estuve hastiado de mi propia voz, estaba sediento de un estímulo que diera razón de ser a mi murmullo interno.

En los mercados de aquel alboroto hube de pararme por primera vez.

— Es un bello atardecer en la antigua ciudad, el sol da un último respiro, nubes rápidas y grises asoman por el horizonte avisando la llegada de los vientos fríos; así Caín se sentó sobre una piedra sólida, por frente suyo pasan los niños de aquella ciudad, corriendo alegremente mientras juegan. Decide entonces Caín adentrarse en los mercados y dirigirse al área en donde caminan felices algunas damiselas.

Caín: Siembre ha sido un placer para mi contemplar pasivamente a las damas de la tierra. En cada mujer siempre encuentro un espíritu de rebeldía. Un alma piadosa, un amor incondicional: ¡Tal es la condición de toda madre; amar ciegamente a su hijo!

¿Pero busco acaso algo así? ¿Quiero yo encontrar en brazos extraños, las suaves caricias de mi madre Eva? ¡No! Prefiero verlo como un tributo, amarlas como un reflejo de ella.

Cuando tienen hijos son a la vez ellas unas nuevas Evas: Dejan detrás la pasividad, dejan por fuera lo blando de su ser: he aquí también una advertencia: ¡hay algunas que valorándose en el objeto amado se vuelven victimas de él, todo gira en el sol central y se pierden en regalos y estímulos que disfracen su falta de ser!: ¡ha de perderse Adán en esto también!

— Estas eran las cavilaciones del anciano Caín, en aquel bello día. Se sentó en una hermosa y rustica banca de piedra; bajo la sombra del frondoso árbol, la forma de este árbol por si misma reflejaba en sus múltiples ramas la forma caótica y organizada de la evolución de la vida. 

Paso algún tiempo desde que el anciano se sentó allí, todo para el pasa pasivamente y tranquilo. Aquellas sus damiselas lo observaban con desconfianza.

Caín: ¡Ha…! Musas desconfiadas, ¿han de verme de igual forma si fuera joven y apuesto?

— (Se transforma Caín en joven muchacho, lo hace no de una forma solo mágica, ya que transmuta desde dentro lo que siente, él no se angustia por la idea de la muerte y puede gozar en el cambio)

Caín: Yo estoy por sobre lo humano, ¡he sido condenado a la eternidad!, ¡no soy más que un arquetipo del pasado!, no estoy condenado a la muerte, así que para mí las posibilidades del hombre y las paranoias no existen, ¡muere ante mi toda dialéctica!

— Al cabo de un instante una de las damiselas lo observa desde una esquina inversa a la que él se encuentra: El la observa calmado y le sonríe levemente, la invita con su mirada a sentarse a su lado y ella atraída por una fuerza dulce y misteriosa se acerca a él cómo halada por una ráfaga de viento fugaz.

— La dama cuestiona al joven Caín.

Muss: ¡Hola! Me he percatado que me observa con insistencia.

— Levanta Caín su mano derecha y toma la cálida y delgada mano de Muss.

Caín: ¿Cómo no habría de percatarme de vuestra sutileza y frescura? ¡Solo verte es como una suave y sutil caricia!

— Se sonroja la joven y responde con una tímida firmeza.

Muss: ¡Exagera usted caballero! ¡No soy diferente a las otras muchachas de este jardín!

— Emotivamente responde el joven Caín.

Caín: ¡habría de creyeres! ¡Si no fuera porque pienso que tú eres quien da vida a todas ellas! ¡He caminado por el vasto desierto, imaginando en el horizonte vuestra graciosa sonrisa! ¡He visto los rayos de la luna; luminosos y oscuros, y solo en vuestros ojos, he podido revivir tan extraña y encantadora belleza!

— A lo lejos asoma la figura de un anciano; porta este típicas vestimentas.

Llama a la joven. A lo que responde Muss sobresaltada.

Muss: ¡Debo de partir! Es mi abuelo.

— Exaltado dice Caín.

Caín: ¿Cuándo hoz veré de nuevo?

Muss: ¡Aquí mismo! Mañana al atardecer.

— Así partió Caín a su hogar en lo profundo del bosque, en la fría y enigmática caverna.


— En este punto del relato la correosa piel del papiro termina en bordes derruidos.

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